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El laberinto de la muerte

Al fondo se aprecia la costa de Hart Island. Foto tomada desde City Island. (NYdigital)
Al fondo se aprecia la costa de Hart Island.  Foto tomada desde City Island. (NYdigital)

Hart Island

Jacqueline Donado

 Que se abra la isla de la muerte, es alivio para quienes no pueden visitar la tumba de sus seres queridos

El encanto de Nueva York se extingue bajo la sombra de Hart Island, una pequeña isla al norte de Manhattan, plagada de fosas comunes donde reposan un millón de seres, considerados los abandonados, los desconocidos y los indeseables de Nueva York.

Desde un ganador de premio Oscar, escritores, artistas y poetas hasta los cuerpos de bebes recién nacidos, han pasado por las manos de ‘la cuadrilla de la muerte’, integrada por reclusos de Rickers Island, quienes por una bocanada de aire fresco, y cincuenta centavos de dólar por hora, operan las fosas comunes de Potter’s Field, el más grande cementerio público de los Estados Unidos.

Famosos como Bobby Driscoll, premio Oscar Juvenil y actor de la película Peter Pan y la poeta Julia de Burgos, cayeron en el abismo de las drogas y el alcohol. La poeta se desplomó en la calle 105 y la quinta avenida, sin identificación alguna y se le enterró bajo el nombre de Jane Doe. Un mes más tarde, ante la inquietud de amistades y su hermana Consuelo fue encontrada. Sus restos fueron trasladados a Puerto Rico en donde se le brindaron honores especiales. Julia de Burgos murió en julio de 1953 y en uno de sus últimos poemas, relaciona la muerte con el abandono.

Infinidad de casos rodean a la isla de la muerte, la joven extranjera, Louisa Van Slyke fue la primera persona en ser sepultada en 1869, murió a los 24 años en un hospital de caridad y a diferencia de Julia de Burgos, nadie reclamó su cuerpo.

Trescientos mil cadáveres son infantes dados a la ciudad ante la falta de recursos económicos de sus padres para darles sepultura, por desconocimiento del auxilio funerario oficial de 900 dólares, y en el más dramático de los casos, aquellas mujeres que recién paridas firman los documentos autorizando al hospital descartar los cuerpos, sin pleno conocimiento de las consecuencias.

Por doscientos años la isla, de 101 acres, ubicada al norte de Manhattan, frente a City Island en El Bronx, se mantiene en el anonimato y bajo estrictas medidas de seguridad, en donde está restringido el paso a civiles, y es administrada por el Departamento de Correcciones, (DOC), por sus siglas en inglés.

La única tumba que está individualizada es Baby 1, se mantiene en secreto su identidad y fue la primera víctima del SIDA en Nueva York en 1985. En la lápida está inscrita la palabra SB – Special Baby (Criatura especial)

“Potter’s Field es un terreno en donde se han disputado muchas batallas legales. Un lugar marcado por el olvido, las enfermedades y muchísimo dolor de cientos de miles de personas que buscan la huella de sus antepasados”, explica Melinda Hunt, directora del Hart Island Project y quien ha dedicado su carrera a descifrar las facetas de la muerte a través de la sublime belleza del arte.

Melinda Hunt ha ganado algunas batallas, pero el interés principal de levantar las restricciones, y que la isla pase a manos al departamento de Parques aún está muy lejos de alcanzar.

“No hay tumbas que visitar, quienes logran llegar están obligados a permanecer en el quiosco de seguridad. La lista es interminable. Hay tantos nombres hispanos en los records de Hart Island, tantas familias que se acercan a nuestro movimiento para conocer el paradero de sus familiares”, dice Hunt, artista y activista canadiense residente en Nueva York.

Lo primero que descubren las personas interesadas en encontrar a sus familiares es que a pesar de nunca haber pisado una cárcel, ahora en su eterno descanso son un número más de la cárcel más tenebrosa de los Estados Unidos, Rickers Island, conocida en el argot latino como ‘La Roca’.

Las visitas al cementerio quedan registradas en el correccional, y los deudos deben someterse a las extremas medidas de seguridad, requisas y prohibición del ingreso de cámaras fotográficas y teléfonos celulares.

Hart Island reúne un mundo de historias profundamente tristes entre los más pobres de Nueva York y otros que cayeron en las drogas, el alcohol, la prostitución y la demencia. También toca la soledad de miles de ancianos abandonados por sus familiares en los centros geriátricos y en los hospitales públicos.

Un promedio de mil quinientos cadáveres son enterrados anualmente en las fosas comunes a expensas del gobierno en la isla que siempre duerme.

Las luces no existen y aparte de los presos, los conductores del camión de la oficina del médico forense y los guardas armados sus únicos visitantes son aquellos que desafiando el laberinto burocrático han logrado el permiso para viajar, en embarcaciones oficiales, hasta una garita ubicada a pocos metros de la orilla de Hart Island.

Otros, mucho más osados, los exploradores urbanos expuestos a 600 dólares de multa y hasta un año de cárcel se han tomado el lugar en su afán de fotografiar los últimos vestigios arquitectónicos del camposanto que incluyen la capilla de una iglesia católica, el manicomio para mujeres, una base de misiles NIKI y las fosas comunes marcadas únicamente con un pedestal muy pequeño donde esta incrustado un sistema digital de información (GPS).

Las trincheras de la muerte

Las fosas guardan una estrecha relación con los tradicionales cementerios ingleses del siglo XVI, divididos en trincheras rectangulares de 70 pies de largo, por 20 de ancho y seis de profundidad suficientes para albergar 150 cuerpos, apilados en tres niveles.

En el proceso se van cerrando módulos y los ataúdes de madera de pino al natural son cubiertos por tierra en la superficie pero siempre hay un costado abierto, recubierto con láminas de madera, a la espera de la próxima remesa de cadáveres.

Los menores de edad son sepultados en fosas que albergan hasta mil cuerpos. Quienes conocen de cerca el proceso dicen que el área infantil es la que inspira mayor tristeza, hasta los sepultureros asignados al área son los presos más novatos en el penoso oficio y les toca acomodar cien columnas de diez ataúdes, uno encima del otro y marcados solo con el nombre y apellido de la madre. Hay otra trinchera destinada a los restos humanos de los donantes de órganos.

En un limitado número de fotografías del archivo histórico del DOC y The Hart Island Project se lee la marca de la muerte, el nombre de quien pasa a la fosa común donde no se escuchan rezos, ni flores ni nombres inscritos en lapidas.

La mayoría de los sepultureros son hispanos o afroamericanos que por tradición cultural mantienen un gran respeto hacia los difuntos. “Ocasionalmente aparecen altares con frutas, piedras o pedazos de madera, pequeños souvenirs para quienes reposan en Hart island” dice Melinda Hunt.

En el caso de los cuerpos no identificados se escriben señas. “Hombre hispano. Hombre Negro, Hombre Asiático” son algunas de las leyendas en los ataúdes que son marcados “Mujer rubia. Mujer hispana bajita. Mujer alta morena” y el número de registro para ser sepultados en tumbas individuales a la espera de que aparezcan sus familiares y paguen por la exhumación.

El traslado de cadáveres es permanente, guardas correccionales movilizan al personal que debe descargar los camiones de la morgue que despacha decenas de cadáveres en cajas de madera, marcadas con tinta indeleble con duración garantizada de 25 años.

El último clavo en los ataúdes destinados a Hart Island se da en la morgue de cada uno de los hospitales y le cuestan a la ciudad un promedio de 70 y 30 dólares. Usualmente los martes están destinados a los difuntos de Queens, los miércoles a los de Brooklyn y Staten Island, los jueves están dedicados a Manhattan y los viernes a El Bronx. Los lunes se realizan las exhumaciones.

Jacob Riis el gran periodista danés que fotografió los slums de Nueva York registró en 1891 impecablemente todo el proceso de la sepultura en Hart Island, son las primeras fotos que se conocen de las cuadrillas de presos movilizando los cajones de los vehículos hasta las trincheras, los ataúdes apilados en el borde las zanjas y los entonces sepultureros recostados a la espera del momento final.

Esas imágenes de Jacob Riis congeladas en el tiempo hicieron que Melinda Hunt se apasionara por Hart Island “son el vivo ejemplo del proceso funeral actual. Nada ha cambiado”, dice Hunt.

La historia del nombre de Hart Island es tan confusa como su futuro. Comenzó como una cárcel para soldados confederados en la guerra civil de los Estados Unidos y terminó como el cementerio de los pobres.

Aires de libertad

La cuadrilla de la muerte viaja en buses especiales del DOC, que salen de “La Roca’ en Queens, el autobús toma la autopista para luego, media hora más tarde, entrar a un camino rural de praderas que ya en diciembre han perdido el maravilloso color de su rica vegetación que enmarca la vía que conduce al balneario más popular de Nueva York, el de Orchard Beach.

Dos puentes hay que cruzar por el pequeño camino que se convierte en la avenida City Island, la calle principal de la isla bordeada de restaurantes, almacenes turísticos, farmacias, panaderías, salones de belleza y hermosas casas victorianas, con sus amplias terrazas y cercas pintadas de blanco.

La arteria principal que marca el ritmo del pueblo es la misma que recorre el camión de la morgue con su carga de restos humanos hasta llegar al muelle de la avenida Fordham en donde está prohibido el paso bajo la amenaza de arresto y multa.

Al rededor del muelle de Fordham Road solo hay un garaje de reparación de botes y la calle desolada, sin andenes ni casas, que tantas veces ha visto pasar al camión de la morgue.

Trabajo al aire libre, de cara al sol es el ideal de los presos que se alistan en la ‘cuadrilla de la muerte’ que a diferencia de los otros reclusos de ‘La Roca” visten uniformes de color gris. Están clasificados en el nivel de “poca supervisión” y asignados a la penosa labor de trabajar en las fosas comunes.

El campo santo no posee conexión de agua, electricidad o alcantarillado y las edificaciones están destruidas a punto del derrumbe. Sus únicos trabajadores son presos que se ofrecen a trabajar voluntariamente al aire libre en una isla que para algunos es un paraíso y para otros una vergüenza de la humanidad. Antiguamente era popular recompensar a los sepultureros con una copa de whisky al finalizar la jornada, actualmente el licor se cambió por el cigarrillo.

Cada 25 años las fosas comunes son removidas con tractores, y el terreno es reutilizado para nuevas sepulturas. Los desconocidos son sepultados bajo el nombre John Doe o Jane Doe y en el cajón se guardan todas las pertenencias del difunto, la ropa que vestía al ser encontrado, incluyendo los zapatos y sombreros.

Objetos de valor y dinero en efectivo quedan en poder del tesorero por un tiempo límite hasta ser subastados.

Tras la huella de papá

A los doce años de edad cuando las niñas empiezan a convertirse en mujer, la moda, las fiestas y el espejo son el mejor aliado, pero el encanto de la adolescencia se transformó en Elvia Alexandra Torres en una obsesión por saber sobre el paradero de su padre. Su búsqueda la llevó a la puerta de varios albergues para desamparados en Manhattan y terminó dolorosamente al confirmar su presentimiento juvenil de que su padre es un número más en Potter’s Field.

A los dos años de edad recibió el último abrazo de su padre. No recuerda nada de esa vida en familia, Elvia Alexandra Torres ahora toda una mujer profesional, madre de una adolescente, desea reconstruir los recuerdos de su infancia.

El deseo de Elvia Alexandra Torres es imposible de cumplir.

Ismael Torres ‘Papo’ murió solo el 28 de julio de 2002 en el hospital público en Roosevelt Island. El cuerpo del boricua permaneció en la morgue por varias semanas y luego fue enterrado en Potter’s field.

“Pregunté tantas veces por él. Nadie me daba razón. Mi madre y mi abuela materna me aconsejaron que me olvidara del caso. Seguí con la misión y al final descubrí que mi presentimiento era real. Quien muere solo en Nueva York va a parar a Hart Island”.

A sabiendas que pisaba un área de alto riesgo para su integridad física Elvia Alexandra Torres, iba a los albergues, con la única foto que pudo rescatar del álbum familiar y se acercaba a los desamparados preguntándoles si reconocían al hombre de tez blanca, cabellos claros y facciones delicadas vestido con el uniforme del ejército de los Estados Unidos.

Desde muy joven Ismael Torres vivió el vecindario de Chelsea en Manhattan, en los proyectos de la calle 26 subsidiados por el gobierno.

“Todos los que están sepultados en Hart Island tienen un padre y una madre, dice Elvia Alexandra Torres, y no pueden quedar en el abandono. Somos muchos en esa búsqueda”.

***

Joven, pobre y sola la hoy ginecóloga Lori Grant parió una niña que nació muerta el 13 de julio de 1993. En la sala de recuperación del hospital le fue ofrecido el servicio gratuito de la ciudad para enterrarla en un cementerio al que podría visitar después. Transcurrieron 18 años para que la doctora Grant ubicara la tumba de su hija. “Firmé los documentos para darle una honorable sepultura, nunca para que la enterraran en una fosa común. Entregué el cuerpo de mi niña para un sepelio digno, ahora veo que no lo es”.

Jacqueline Donado
Especial para EL TIEMPO
Nueva York

Publicación eltiempo.com

Sección Internacional

Autor JACQUELINE DONADO

 

 

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