Llegaron los Beatles. . .
MIGUEL FALQUEZ-CERTAIN
Setenta y siete días habían transcurrido desde el asesinato del presidente Kennedy y al parecer la gente estaba dispuesta a salir del letargo y de la desolación.
Rudy estacionó el Impala en el garaje de la CBS en Broadway con la calle Cincuenta y tres y nos dirigimos al vestíbulo. Tuvimos que identificarnos en la recepción para poder ingresar al estudio. Tomamos el ascensor y un joven nos acompañó hasta los camerinos que quedaban en el tercer piso, donde colocamos el pequeño maletín y la jaula con las dos palomas. Puesto que sólo tendría cinco minutos para presentar mi espectáculo de magia, lo había reducido a trucos de prestidigitación. Entraría vestido de frac, capa y sombrero de copa con las manos vacías y al final de los cinco minutos habría en el escenario veinticinco pañoletas multicolores, dos palomas, dos ramilletes de flores, cinco naipes, ocho bolas de billar, una varita mágica y un bastón metálico que, para concluir, cubriría con mi capa y haría desaparecer del escenario en un instante en medio de un estallido de humo. El efecto sería acumulativo y deslumbrante y seguramente cosecharía muchos aplausos.
Los otros artistas que se presentarían esta noche iban llegando y acomodándose en sus camerinos, saludando a todo el mundo. Uno de ellos era un joven delgado y frentón, con los dientes salidos pero con una sonrisa agradable. Andy nos dijo que se llamaba Frank Gorshin, que era imitador de personas famosas y que había trabajado en la serie de Batman para la televisión. Los otros que participarían eran Billy Wells and The Four Fays, una familia de acróbatas; McCall and Brill, una pareja jovencita de comediantes; y finalmente una inglesa, Georgia Brown, que Camila había visto recientemente haciendo el papel de Nancy en la comedia musical Oliver! en Broadway.
Un muchacho tocó a las puertas de cada camerino anunciando que faltaban cuarenta y cinco minutos para comenzar.
En eso entró a mi camerino un señor elegantísimo, vestido de frac, cargando una valija en la mano derecha y un naipe en la izquierda. Cuando me vio, se nos acercó y nos preguntó que qué hacíamos allí.
— Let me introduce myself. I’m Fred Kaps — dijo, estrechándonos las manos. — Who are you and what are you doing in my dressing room?
Al parecer el señor Del Pozo o el jefe de programación había cometido un error pues el mago holandés de renombre internacional había firmado contrato en Europa para su presentación esta misma noche hacía varios meses. Mi papá estaba iracundo y enseguida le dijo al director de producción que exigía una aclaración. El hombre salió y volvió a los pocos minutos.
— There’s been a mistake, Mr. Rivadeneira. We’re very sorry. We’ll pay for your troubles, though. You’re welcome to stay and watch the show.
Error o no error, en estos momentos a Andy y a mí lo que nos importaba era ver a los Beatles cantando esta noche y el resto que se fuera al diablo.
— De todas formas nos van a pagar, papá — dije.
— Es plata en el bolsillo — dijo Rudy.
— Money, money, money — dijo mi papá exasperado. — ¿No ven de lo que se va a perder Carlitos? Hubiera sido su consagración.
— Sí, papá, ¿pero qué se le va a hacer? — dije yo.
Guardé con resignación los trucos en la maleta y la coloqué en un rincón junto a la jaula en el camerino que ahora le pertenecía al mago holandés.
Al salir vimos que John Lennon estaba llamando a la puerta del camerino vecino.
— Give us a Coke, luv — le dijo John a la mujer que abrió.
— Ésa es Mitzi McCall — dijo Andy, que al parecer conocía a todo el mundo de la farándula. Mitzi le dio la Coca-Cola y John le dio las gracias.
— Can you believe this is all for you? — Mitzi le preguntó, refiriéndose a todo el alboroto que su presentación venía provocando.
— Ahh — John, le respondió. — It’s not for me. It’s for Ringo.
El director de producción nos asignó un lugar estratégico entre bambalinas desde donde veríamos todo el espectáculo.
Mi papá no podía creer lo que había sucedido con mi debut en la televisión de los Estados Unidos y continuaba con su ira sagrada. Sintió que se estaba sofocando y salió al corredor a fumarse un Lucky Strike.
— Last call. The show starts in five.
Desde donde estábamos situados alcanzaba a ver parte del público. Las primeras filas estaban llenas de muchachitas de doce a catorce años, con cintillos en los cabellos arreglados en ondas repletas de laca para mantenerlas en su lugar. Algunas lucían gafas y todas estaban excitadas ante el prospecto de ver la presentación. Como única excepción, había dos muchachos más o menos de mi edad, sentados en primera fila. En las filas posteriores había adultos y hasta un señor mayor de gafas, los hombres con chaqueta y corbata y las mujeres vestidas de negro con collares de perlas y peinados de moda. Había sido prácticamente imposible conseguir boletas para el show. Las Subirats habían movido cielo y tierra para conseguirlas, pero en vano. Había que tener una “palanca”, conocer a alguien que conociera a alguien que tuviera poder que diera la codiciada boleta para poder entrar. Tanto era así que el domingo pasado habíamos visto al mismo Ed Sullivan rogándole al público que si había alguien que tuviera una o dos boletas que no fuera a utilizar el próximo domingo que por favor se las dejara en la recepción.
Ed Sullivan pasó al lado de nosotros sin mirarnos y se dirigió al escenario. Esta figura larga, enjuta y desgarbada a la que estábamos acostumbrados a ver en las transmisiones en blanco y negro de repente se hizo carne y hueso con su vestido entero oscuro, camisa blanca y corbata de rayas diagonales, bamboleándose por el escenario, moviendo los largos brazos como un simio, saludando y sonriéndose. El público aplaudió y las muchachitas chillaron y Ed alzó los brazos indicándoles que debían calmarse. Una vez que el público se calló, Ed dijo que había recibido un telegrama de Elvis Presley y de su mánager, el Coronel Parker, saludando a los Beatles y dándoles la bienvenida. Un asistente enarboló innecesariamente un aviso que decía “Applause” porque de todas formas ya todos aplaudían. Luego hubo una pausa y en las decenas de pantallas vimos las propagandas de Aeroshave y Griffin. Con los brazos colgándole a los lados como si estuvieran paralizados, Ed comenzó con un discurso donde las palabras le salían atropelladas diciendo que Nueva York nunca antes había vivido tanto entusiasmo como el que habían generado en los últimos días estos jovencitos de Liverpool y sin más preámbulo los llamó al escenario, girando hacia la derecha y luego hacia la izquierda, alzando la mano derecha como haciéndoles señas de que se acercaran:
— The Beatles! Let’s bring them on!
Y esta vez los chillidos fueron ininterrumpidos y se comenzaron a oír los primeros acordes de “All My Loving”. Ringo tocaba su batería con el tambor que decía The Beatles sobre un templete elevado sobre una plataforma redonda y, frente a él, Paul, George y John tocaban sus instrumentos y cantaban. Sólo Paul y John tenían micrófonos y aunque Paul era la primera voz, de vez en cuando se acercaba George a su micrófono para hacerle la segunda: “Close your eyes and I’ll kiss you / tomorrow I’ll miss you / Remember I’ll always be true / And then while I’m away / I’ll write home every day / And I’ll send all my loving to you” y esta vez los dos muchachos en la fila del frente aplaudieron emocionados, especialmente el que tenía gafas y que se sonreía nerviosamente. Después los Beatles cantaron “Till There Was You”, otra vez Paul de primera voz y George haciéndole la segunda y luego John haciéndoles la tercera y Ringo meneaba la cabeza y se sonreía. Paul cantaba “There were bells on the hill / But I never heard them ringing” y entonces superimpusieron una etiqueta a la imagen en la pantalla que decía “Paul”, “No, I never heard them at all / Till there was you”. Después le pusieron el nombre a “Ringo” y luego a “George”, hasta que le tocó el turno a John y apareció el título anunciándoles a las muchachas que lo sentían mucho pero que John estaba casado. La primera tanda la cerraron con “She Loves You” y las muchachas lloraban de la emoción llevando el ritmo con las palmas hasta que la canción se acabó, “With a love like that, you should be glad” y el público aplaudió enardecido, las muchachas gritaron hasta desgañitarse y Ed volvió al escenario aplaudiendo y luego alzando las manos para pedir que se callaran y al ver que no lo hacían les recordó que habían prometido portarse bien y que si no lo hacían, las amenazó con traer al barbero.
Mi papá quería que nos fuéramos cuando en las pantallas aparecieron las cuñas, pero ni Andy ni yo nos transamos y me alegro que lo hubiéramos convencido porque lo que vino después fue una sorpresa.
Ahora le tocaba el turno al espectáculo de variedades y el mago nos causó vergüenza ajena pues salió haciendo un truco con un naipe que casi nadie entendía y aunque pretendía ser cómico, nadie se reía, y terminó con un salero que desapareció y luego la sal le salía de las manos sin parar y todo lo convirtió en un chiste.
— Estoy convencido que hubieras hecho mejor papel, Carlitos — dijo mi papá. — Este holandés habrá ganado todos los premios que quiera, pero con la magia no se juega y no es un chiste ni mucho menos.
Fred Gorshin se puso a hacer imitaciones pero nadie le paraba bolas, aunque las acróbatas lograron recuperar un poco la atención del público. Después entró Georgia Brown, que tenía una voz muy bonita, e interpretó “As Long as He Needs Me” de Oliver!, pero las muchachas continuaban chillando y hablando entre sí emocionadas como no viendo la hora que se terminara aquella clase de música que definitivamente no era la de ellas. Para cerrar las variedades, entró la pareja de cómicos que tampoco logró imponerse ante tanto barullo y era prácticamente imposible oír lo que decían.
— ¿Te das cuenta, papá? — dije. — No hay mal que por bien no venga.
— Eso digo yo — dijo Rudy. — ¿Quién hubiera aguantado una de tus rabietas ante un público tan maleducado?
De modo que después de que los Beatles reaparecieran en el escenario para cantar “I Saw Her Standing There” y “I Want to Hold Your Hand” y que todos los ovacionáramos hasta quedarnos roncos y con las manos rojas de tanto aplauso, mi papá, Camila, Rudy, Andy y yo recogimos nuestros bártulos en el camerino de Fred Kaps y salimos del Studio 50 a la calle junto a la muchedumbre que se desbordó exaltada sobre Broadway en el aire frío de la noche.
Fragmento tomado de la novela inédita La fugacidad del instante
Publicado en Narradores colombianos en Nueva York. Carlos Aguasaco, compilador. (Medellín: Palabras rodantes, Confama, 2017)
Llegaron los Beatles. . . (en Palabras rodantes de Medellín)
© 2017 Miguel Falquez-Certain