Willets Point: El jardín de las cenizas
Willets Point
El jardín de las cenizas
Jacqueline Donado
El mundo de la chatarra florecerá. Sobre las cenizas del pasado se levantará un imperio que enterrará los sueños de varias generaciones de inmigrantes.
La ciudad del futuro en el Triángulo de Hierro en Queens, Nueva York, emergerá de las montañas de cenizas sembradas en Willets Point a finales de 1920, en el Corona vertedero de cenizas y basuras.
Donde no existe acueducto ni alcantarillado se construye una red hidraulica. Energía solar será la fuente de ilumininación de las hoy oscuras calles, llenas de inmensos huecos y sin señales de tránsito.
La transformación de Willets Point en la ciudad perfecta del futuro intenta borrar los años de permanente contaminación y abuso ecológico al sector donde trabajan en condiciones deplorables un millar de almas enfrentadas al intenso calor y el frío que solo la ciudad de Nueva York puede generar.
Y es que Willets Point es una zona abandonada, es un hueco que repugna a la vista y que ensombrece a quienes allí transitan y laboran. Este lugar se levantará para resurgir de las cenizas que a principios del siglo pasado rellenaron el Triángulo de Hierro, para darle paso a un vecindario elegante.
El voto oficial en el concejo de Nueva York se dio y, favoreció el plan de desarrollo presentado por el alcalde Michael Bloomberg uno de los proyectos de interés social y económico de mayor impacto en el futuro inmediato del condado de Queens: Willets Point.
Willets Point se borrará del mapa de Nueva York, en un abrir y cerrar de ojos, un lodazal, con área de 61.4 acres, donde funcionan 250 negocios que emplean 1.711 trabajadores.
Pasaron casi ochenta años para que los ojos de los inversionistas se dirigieran al Triángulo de Hierro de Corona, al lado del Shea Stadium junto al nuevo escenario deportivo, llamado Citi Field, y más conocido como el estadio de los Mets.
Citi Field, alberga 42 mil fanáticos del béisbol, 15 mil menos que el Shea Stadium, con salones de lujo, restaurantes, una rotonda destinada a centro de convenciones y conferencias.
Al cruzar la calle del majestuoso estadio de béisbol bulle efervescente y apestosa Willets Point, un monumento al abandono gubernamental, a pesar de los intentos de recuperación y estudios realizados años atras pero que al final no aportaron nada positivo para lograr el cambio.
El lugar lo componen 13 cuadras situadas en una península en el río Flushing, en el corazón de Corona, a la sombra del estadio de los Mets, y la plataforma del elevado del tren 7, bautizado como el Expreso del Oriente.
El Triángulo de Hierro empezó a recuperar su valor comercial, justo cuando el desolador panorama de carros abandonados, llantas y aros de metal, se acumulan por doquier, uno encima de otro, sobre techos desvencijados de pequeños negocios que lucharon por permanecer en el lugar, pero que sucumbieron ante el poderío de Bloomberg.
La imagen que refleja el sector es la de un cementerio de autos, rodeado de algunas edificaciones construidas en la decada de 1930. Desde la plataforma del tren 7, surge ese mundo de tristeza, que ven cientos de miles de pasajeros que diariamente cruzan por el lugar, allá desde lo más alto, casi tocando las nubes en el cielo.
Viajar en el tren 7 es un buen medio para comprender el desorden urbanístico, la acumulación de basuras y residuos de autos. La cantidad de talleres de reparación de vehículos, emergen alineados uno al lado del otro con esqueletos de autos en sus techos.
“Es una manera de llamar la atención”, dice Pancho, un dominicano que solo conoce el vecindario de Corona en Nueva York. “Aquí soy feliz, no quiero ir a ningún otro lugar, he arreglado miles de carros y, cuando podemos, colocamos la carroceria en los techos, con la ayuda de una grua y miles de mecánicos gritando, dando instrucciones sin son ni ton”.
La venta de repuestos, partes de autos y los talleres de metalurgia también pululan en Willets Point. Allí se almacenan miles de automóviles desvalijados, estrellados, desvencijados, a cielo abierto, con un olor nauseabundo producido por las aguas estancadas, las comidas cocinadas en algunos talleres y, los orines en los patios improvisados.
Los avisos publicitarios pintados con mensajes en español, cantonés y en inglés, con pésima ortografía, anuncian todos los servicios del mundo de la mecánica a los mejores precios en el mercado. Son la negación a la creatividad de los monumentales anuncios luminosos de Nueva York.
También hay otros sitios para observar el desorden urbano de Willets Point. La autopista que lo rodea, conocida como el Van Wyck Expressway, Northern Boulevard y la extensa Avenida Roosevelt, que da acceso a la entrada principal al estadio de los Mets.
Pero existe un lugar privilegiado para palpar la realidad que se respira en esa zona de tensión camino a desaparecer, ese lugar es la calle polvorienta y sucia.
Hay que visitar cada uno de los negocios sin servicios sanitarios, hay que escarbar con el caminar dejando huella, conversar, hablar desde las entrañas del monstruo, para comprender la tragedia de casi un millar de trabajadores, algunos indocumentados, otros enfermos, otros solos y míseros sin un lugar adonde ir al finalizar la jornada de trabajo.
Solo así, directamente se conoce la magnitud de la batalla interna, la de una fuerza laboral que mantiene a sus familias en el extranjero, especialmente en países como Ecuador y México. Cientos vinieron a pasar trabajo y laboran en condiciones muy precarias.
La adversidad salta al escuchar a los trabajadores, en el Willets Point Boulevard, justo en el epicentro del Triángulo de Hierro, compartiendo el calor improvisado de una hoguera en el medio de la calle. “El frío da duro, pero con el fuego de madera encendida nos calentamos, con el calor que traemos de México nos animamos”, dice Javier con una sonrisa que parece robada de un pasaje del Chavo del 8.
Javier y sus compañeros de infortunío disfrutan del calor de la hoguera, alimentada con maderos pintados. El fuego los aviva por algunas horas, pero los leños ardientes se convierten en veneno puro por los gases que desprende la pintura al consumirse.
Los inmigrantes llegaron en busca de una ‘chamba’ para alimentar a sus familias, y se quedaron atrapados en ese submundo de la economía que origina el subempleo y la venta callejera. Ante la ausencia de documentos también sirvieron para trabajar por poco dinero.
Willets Point es el territorio de miles de personas. Esos mismos que juegan fútbol y cocinan a la barbacoa, en las calles polvorosas del ardiente verano, y con el frío de fin de año luchan contra la ciudad por una relocalización digna y mejores condiciones laborales.
Es el anhelo de Enrique Román, de Ambato, Ecuador, tapicero de profesión y quien desde hace seis años trabaja en un taller en Willets Point. “Llegué con visa de turista a los Estados Unidos, se me venció y, pues, me quedé. Mi familia me espera en la Sierra, mis tres hijos varones estudian y a mi mujer le mando 300 dólares semanales”.
La historia de Enrique Román se repite a lo largo del Triángulo de Hierro, él como muchos otros trabajadores viaja dos horas para empezar su jornada laboral en un lugar sin calefacción ni servicio sanitario, con instalaciones electricas inseguras, y sueña con el día en que regrese a su natal Ecuador para vivir decentemente con su familia.
A comienzos del Siglo XX, el Triángulo de Hierro era llamado el Vertedero de Cenizas de Corona -Corona Ash Dumps- era receptor de toda clase de basura y de cenizas, que llegaban transportadas en vagones de tren, dos veces por día desde la fábrica de Brooklyn Ashes, al otro lado de Nueva York.
A finales del 2008 la inversión proyectada de reurbanización de Willets Point es de 3 mil millones de dólares. Generará cerca de 5.300 nuevos empleos permanentes y en la etapa de construcción se necesitarán cerca de 18 mil trabajadores.
Mientras se da el proceso de cambio Marisol Piedrahita de Cúcuta, Colombia continuará vendiendo, de taller en taller, empanadas de carne y de pollo, para recaudar alrededor de 170 dólares diarios. “La mayor parte del dinero se va en los insumos, pero me queda platica para vivir”.
Marisol tiene una clientela, a la que alimenta en su ruta, empujando un carrito, va de negocio en negocio, empieza por las calles aledañas a la famosa 126, la que divide el sector moderno de Citi Field y se adentra entre charcos de agua sucia y calles polvorientas en un mundo donde se combate la pobreza.
Willets Point es el centro de desarrollo urbano y turístico más importante de la Nueva York contemporánea y albergará el sueño dorado de los empresarios con un Centro de Convenciones, impulsado por Queens Chamber of Commerce, un hotel de lujo, un colegio para 800 estudiantes y cinco mil unidades de vivienda.
Los nuevos apartamentos contribuirán a disminuir la falta de vivienda de Queens que lentamente se convierte en un verdadero monumento al cemento.
La proyección de Willets Point es algo único en su estilo y será, en los próximos años, un destino turístico y comercial sin parangón en la historia de la ciudad.
Mientras Las Vegas, Nevada, posee nueve centros de convenciones, la ciudad de Nueva York, con más impacto y poder económico, tiene uno solo, concentrado en la isla de Manhattan, el Jacob Javits Center, con gastos de operación inalcanzables para los comerciantes locales.
El impacto económico del nuevo polo de desarrollo, en un plazo de 30 años, será de 25 mil millones de dólares. De los cuales 1.3 mil millones de dólares beneficiarán a la administración local.
De acuerdo con el alcalde Bloomberg, Willets Point será el primer sector de desarrollo netamente ecológico de la ciudad. Los edificios que se construyan utilizarán los sistemas más avanzados y eficientes de energía y de ingeniería, ofreciendo también zonas verdes de recreación a la comunidad.
El primero de Mayo del 2007, cuando se develó el proyecto de renovación de Willets Point, Bloomberg dijo: “creo que bajo las cenizas de esta zona se levantará el mejor vecindario de Nueva York”. Doce años más tarde, al final de su mandato, Bloomberg concreta la negociación de la zona con tres empresas del sector privado que a cambio de 1 dolar obtienen luz verde para iniciar el proceso de desarrollo de la zona. En ese momento histórico, el alcalde estaba acompañado de la presidenta del condado Helen M. Marshall, el vicealcalde de Desarrollo Económico y Reconstrucción, Daniel L. Doctoroff – impulsor del sueño de convertir a Nueva York en la sede de los Juegos Olímpicos del 2012- y el presidente de la Corporación de Desarrollo Económico de la Ciudad de Nueva York (NYCEDC, en inglés), Robert C. Lieber.
El plan es la reubicación de casi 225 negocios, en un 99 por ciento dedicados a la reparación de autos, empleando a unos 1.200 trabajadores. Los talleres de mecánica, son los primeros en desaparecer, especialmente los aledaños a la calle 126. Sin embargo, a pesar de las marchas de protestas, el ‘lobby’ de oficiales electos, las voces en contra del cambio en Willets Point y la reubicación de sus locales no se dió. Al final de la administración Bloomberg se desconoce un sitio al que se puedan relocalizar los negocios, creando una incertidumbre mayor entre los propietarios de los pequeños garajer de mecánica y sus empleados.
El jardín que florecerá en Willets Point, enterrará el Valle de Cenizas en Flushing, Queens, descrito por F. Scott Fitzgerald, uno de los maestros de la literatura de los Estados Unidos en su novela “El gran Gatsby”. La opulencia de “El gran Gatsby”, el renacer de la economía después de la II Guerra Mundial, los salones de lujo, las tardes de placer en los jardines de las mansiones de Long Island, de la sociedad de la época con sus intrigas y la búsqueda desesperada del amor, se perfilan, sin duda alguna, en el brillante futuro de Willets Point.
Viaje al submundo
La joya de la Corona
Adentrarse en el mundo de Willets Points es una experiencia sin igual, es descubrir colores y olores especialmente en una ciudad como Nueva York, donde la excelencia es el modelo de desarrollo aplicable para otras naciones del planeta.
El Triángulo de Hierro es una réplica de los cementerios de carros y los tugurios de algunos países antillanos. La diferencia entre la miseria extranjera y el abandono en el Valle de las Cenizas de Fitzgerald, donde los campos de trigos y los grotescos jardines crecen sobre las montañas de ceniza, es su gente que allí se gana el sustento diario.
En medio del campo ruidoso de Willets Point también existe la sensibilidad que solo el ser humano, en toda su magnitud, puede producir. Israel Sánchez y Carlos Estrada, jóvenes mexicanos, trabajadores de un taller de reparación de autos en la esquina de la avenida 35 y la calle 126, levantaron una escultura en homenaje a un ex compañero de trabajo, llamado Stanley, otro profesional de la mecánica que un día cualquiera, después de laborar por tres años consecutivos en Willets Point, se mudó a Brooklyn, en donde se asentó para no volver.
“Para no sentirnos tan solos”, cuenta Israel, “Carlos y yo construimos la escultura de Stanley usando mofles y tubos de diferentes tamaños, con lo cual le dimos forma a nuestro robot diseñado a escala natural, sobre una plataforma de hierro, y por base una llanta de auto”.
A la estructura de metal, pintada en tonos rojos y azules, había que darle el toque humano y para ello le colocaron un sombrero hecho con una botella de plástico y zapatos tenis marca Nike. “Así llamamos la atención de los clientes que vienen a Willets Point -dice Carlos-, en busca de buen servicio y precios bajos, para arreglar sus carros”.
Caminando por Willets Point se despierta la sensación de ir entrando a un submundo de empleo y economía informal, donde los letreros de los comercios están colocados en los sitios más originales, en un carro ‘deshuesado’, sobre el techo de las edificaciónes, en su gran mayoría, galpones de metal.
También son muy populares las carretillas de supermercado parqueadas en medio del lodazal, que es la primera señal de negación total del sofisticado mundo de la publicidad que impera en Nueva York.
Al adentrarse en las calles enlodadas de Willets Point saltan a la memoria las experiencias pasadas al andar por terrenos de los apestosos mercados públicos de ciudades caribeñas, en donde las aguas estancadas impiden el paso de peatones y desprenden olores putrefactos que solo se olvidan cuando se regresa a casa después de bañarse varias veces y untarse todas las cremas habidas y por haber en el tocador.
Así es Willets Point, esta zona marginada de Nueva York, que creció en medio de la angustia económica de sus habitantes, pero sostenida por su emprendedora gente y el trabajo profesional de la mecánica en todos sus frentes.
Camiones de las grandes empresas del área circulan las calles empedradas, muchas de ellas llenas de huecos profundos que desestabilizan o desajustan cualquier auto y donde, en época de lluvia, se acumula el agua, formando una mezcla de lodo con agua sucia que se impregna en las botas de los hombres que, a la espera de trabajo del día, están parados en las intersecciones más transitadas.
Hombres de todas las edades, hacen las veces de propaganda humana, algunos con banderas coloridas en la mano, les dan la bienvenida a los transeúntes y ofrecen servicios, para que los clientes lleguen más fácilmente a los talleres de reparación.
La franja sur de las calles del Triángulo de Hierro están colmadas de construcciones bajas, en su gran mayoría estructuras de metal, viejos contenedores o la caja trasera de los grandes camiones de mudanzas o transporte de mercancías.
Algunos talleres, como Arthur’s Autotrim Shop en la 36 avenida casi esquina de la calle 126, son una mezcla de tres grandes cuerpos. A la entrada se aprecia el galpón metálico, de estructura semicircular, que esta conectada en su parte trasera a un contenedor también metálico.
Una escalera de hierro comunica con el segundo piso, en donde se nota que es una mezcla de un carro casa, por la cocina integral y los espacios amplios de los famosos trailers, típicos en la cultura de los Estados Unidos.
Pues bien, esa mezcla de tres compartimientos unidos crea una edificación, adornada en su frente con las banderas de Colombia, Ecuador, México y otras naciones suramericanas. Allí diariamente trabajan tres o cuatro empleados bajo la mirada vigilante de Romeo, un perro de dos años, tan grande como un oso y cariñoso como un niño.
“A Romeo hay que dejarlo que salga de su jaula y mire para fuera”, dicen los muchachos. Desde el segundo piso el perro observa sin perder detalle, los movimientos de los empleados y los clientes, que al llegar primero saludan a Romeo y luego preguntan por su orden.
Recorriendo las calles y visitando los galpones en donde no existe calefacción, aun en los días más fríos del invierno, encontramos a Wilson oriundo de la ciudad de Cuenca, Ecuador, quien al reparar autos se arrastra por el suelo sucio, sin protección alguna. Trata de arreglar una falla mecánica del auto de su cliente preferido; Javier, un hondureño que lo visita los sábados desde Brooklyn para que le reparen su vehículo ‘de a poquito’; es decir, utilizando lo poco que puede semanalmente, “para mantener el vehículo en las mejores condiciones posibles”.
La fuerza laboral se desplaza a su puesto de trabajo en el tren 7, el único servicio que llega hasta allí, se roza hombro con hombro con los fanáticos del béisbol y hasta con los seguidores del tenis, que en agosto no se pierden las incidencias del US Open, la gran competencia anual del deporte de las raquetas y las mallas.
Las camisas blancas de los amantes del tenis, las jóvenes bien arregladas con un toque aristocrático comparten la estación de Willets Point, con los miles de trabajadores que no tienen otro remedio que subirse al tren, después de una extenuante jornada de trabajo, sin poder lavarse las manos o ir a un baño completo, por falta de servicios.
A los jóvenes que trabajan en los talleres de reparación de autos les da pena reconocer que no pueden ir a un baño. Por lo general, sus necesidades fisiológicas se limitan a orinar en el fondo de los contenedores. Allí esta el improvisado baño solo para hombres.
Prácticamente es un hueco en la pared de metal, un embudo conectado a una tubería de PVC con una manguera que sale hasta la calle o ‘zona verde’, adonde van a parar los orines de los trabajadores de Willets Point.
Para las mujeres es mucho más dificil ir al baño, orinar es un lujo y es mejor aguantar las ganas hasta salir del inhóspito lugar, o prestar uno de los baños portátiles que muy escasamente funcionan en la zona o al baño solo para clientes de los dos restaurantes del lugar.
“En invierno, el frío nos paraliza”, reconoce Mario Santos, también de Cuenca, Ecuador, quien no se puede dar el lujo de faltar un solo día a trabajar, asistiendo al taller aun en las peores nevadas, “porque en casa me esperan cinco hijos, mi mujer y mi suegra, que está enferma”.
Los calentadores, alimentados por tanques de kerosene, permanecen encendidos peligrosamente en los locales de las empresas más pequeñas. Hasta los hombres más fuertes se acobardan ante el frío y la humedad del invierno de Nueva York, pero tienen que trabajar diariamente, “los gastos de la casa no dan espera”.
El Triángulo de Hierro tuvo un padrino en la década del 60, fue el Comisionado de Parques y planificador del desarrollo urbano de la Gran Manzana, Robert Moses, quien visualizó la importancia del punto y el mismo que diseñó la construcción de plataformas sobre Park Avenue para abrir el paso a la gran avenida y esconder en las sombras el sistema de trenes de Nueva York, el futurista que extendió las carreteras hasta el último punto de tierra en Long Island. Moses no alcanzó a ver como la ciudad retomaba el poder. Tal es la influencia de su obra de ingeniería que el alcalde Bloomberg lo mencionó al hacer el anuncio oficial de haber retomado el control sobre el desarrollo de Willets Points.
Los sueños de Moses y los deseos de Bloomberg son parecidos y convergen en una zona desarticulada, sin planificación urbana alguna, sin acueducto ni alcantarillado, sin señalización de tránsito. Es una zona en donde al ocultarse el sol surgen las fogatas en tanques de metal, y donde algunos desamparados se encierran en su chatarra a dormir una noche más.
En el mismo regazo de Corona, en los terrenos de Queens, se levantó a principios del siglo pasado una zona industrial, primero con el impulso de los inmigrantes irlandeses e italianos y que luego pasó a manos de asiáticos, hindúes e hispanos. En 1936 la ciudad eliminó el vertedero de Corona para darle paso, entre 1939 y 1940, a los terrenos de la New York World’s Fair. Hoy la zona la conforma el parque más extenso del condado de Queens: Flushing Meadows-Corona Park.
Las empresas prósperas se fortificaron debido a los bajos costos de operación, el mínimo pago de impuestos, servicios públicos y salarios ridículos para una masa de trabajadores indocumentados que no tenían otra opción.
El sonido inconfundible de los martillos y las herramientas a presión se escucha sin cesar al caminar por las puertas de los talleres de Willets Point. Toda la operación está a la vista pública, sin medida alguna de seguridad para los empleados o los transeúntes.
El desarrrollo urbano de Nueva York parece que se estancó en Willets Point, acumulándose un aire de pobreza en su fachada, engalanada por miles de vehículos y desperdicios mecánicos. Carros estrellados, con el motor abierto, sin puertas, ni llantas abundan en el lugar, aun estacionados en la acera del moderno estadio de béisbol.
En Willets Point no existen los andenes para los peatones, no hay señales de tránsito, ni los famosos letreros de PARE. Los conductores no respetan las normas de tránsito y los autos están parqueados por doquier, estorbando el paso de los vehículos que obligadamente tienen que utilizar las vías de la zona.
Los autos estan allí dispersos, unos mirando al norte, otros al sur, otros al oeste y otros al este, sin control alguno, sin estación de policía que los vigile, sin patrullas permanentes que recorran el vecindario, como sucede en el resto de la ciudad.
A pesar de lo inhóspito del lugar, el índice de criminalidad es bajo, no hay autos policiales a la espera de que los conductores violen las señales de transito, que atraviesen una luz en rojo. Sencillamente no existen. En el 2013 se realizaron más inspecciones de parte de las agencias de impuestos, inmigración, control de animales y seguridad que nunca antes. En las redadas policiales se arrestaron a docenas de trabajadores indocumentados.
Las leyes de parqueo alterno no se aplican en Willets Point y los parquímetros, tan populares y costosos en Nueva York, brillan por su ausencia.
Ante la falta de acueducto y alcantarillado, las aguas estancadas de la zona se convierten en un peligro para los peatones. A pesar de que las calles no son tan transitadas como en otros vecindarios de Nueva York, las personas son extremadamente cuidadosas cuando deben recorrer la zona.
Los trabajadores de los talleres de mecánica de Willets Point son en un alto porcentaje hombres. La presencia femenina es mínima en el área. Las pocas mujeres que caminan por el vecindario son vendedoras de comida como María Tenesaca que, empujan carritos parecidos a los utilizados en los supermercados, distribuyen almuerzos y meriendas, les venden café o agua envasada, a los trabajadores.
Camiones-restaurantes poseen una ruta en la zona de Willets Point, en la esquina de la avenida 36 y la calle 126, en donde se estaciona uno de ellos vendiendo alimentos, con un sabor latino: arroz con frijoles, empanadas, pollo guisado con papas y carne en todas sus formas y sabores.
María Tenesaca oriunda del Cañar, en la Sierra ecuatoriana se conoce casi todos los huecos de las calles de Willets Point. Diariamente de once de la mañana a tres de la tarde recorre el lugar empujando un carrito lleno de comida. Vende choclo o maíz tostado, cuenta con una clientela fija que le produce diariamente unos 45 dólares.
“Hace cuatro meses vendo comida en Willets Point”, dice María, quien trabajaba en una fábrica en Manhattan pero la despidieron porque estaba enferma. “Tan mal me sentía que llegué a pesar 75 libras, y mi jefe me esperó un día en la puerta del empleo y no me dejó entrar, me devolvió para la casa. Me fuí entonces para el hospital de caridad y allí descubrieron que sufro de tiroides, diabetes y una anemia muy alta”.
Esa es María, la vendedora de alimentos en Willets Point, la que sortea los huecos de la calle empujando una carretilla forrada con bolsas plásticas, las mismas bolsas negras que se utilizan para la basura. La mujer menuda, delicada de salud que vende comida y que cada tarde regresa a casa, antes de que se oculte el sol, para compartir con su marido Gregorio el producto de la venta del día.
María es un ser más de los miles que se ganan el sustento en el jardín de cenizas de Willets Point.
Con el inminente arribo de los tractores y buldozers, que destruirán todo lo que encuentren a su paso, la vida de un millar de inmigrantes, en su mayoría indocumentados oriundos de Latinoamérica queda en el aire. “Tendremos que empezar a buscar otro lugar, a lo mejor más bonito y más limpio que el actual”, reconoce María, la vendedora de alimentos.
Entre los planes de la ciudad se consideró sin suerte alguna la relocalización de los pequeños talleres a un área cercana a Willets Point, justo a la entrada del puente a Rikers Island, la cárcel de mayor seguridad de la ciudad de Nueva York, conocida popularmente como ‘La Roca’.
El vecindario a donde se reubiquen los pequeños empresarios requiere de una campaña de publicidad para invitar a la clientela, que por cierto es numerosa, para que busque nuevamente a su ‘mecánico preferido’, aquel que conoce los ‘resabios del vehículo’ y cobran precios ‘moderados’.
En 13 calles, en casi 60 acres de terreno oficialmente solo hay un residente. Es Joseph Ardizonne. Su familia se estableció en Willets Point en 1932, desde entonces vive en el segundo piso de la única casa construida de ladrillos. En el primer piso funciona una de las tres cafeterías del lugar.
A sus 76 años, Ardizonne, el único ciudadano inscrito para votar en toda esa zona, rechaza acaloradamente el dramáico cambio que sufrirá Willets Point, considera que la decisión es totalmente antidemocráica. “La ciudad nos está robando el pasado, el presente y el futuro”.
La familia Ardizzone es pionera en Willets Point, su padre construyó la casa en donde Joseph aun vive, acompañado de sus seis gatos, y esa propiedad también será demolida por el inmediato cambio del Triangulo de Hierro.
La mugre, la desolación, los malos olores desaparecerán y la zona, pasará a ser la mejor joya de la Corona.
La tristeza de Mrs Julia Howell
- En el mundo de abandono que rodea el Triangulo de Hierro, también existe la miseria que lleva por nombre Julia Howell, quien habita en un auto ubicado en un lote lleno de toda clase de chatarras y quien durante los últimos 18 años de su vida ha morado en el desamparo, la humedad, el frío y el peligro de la calle.
De frágil figura, muy menuda, maloliente a metros de distancia, con una dentadura destruida, Julia sonríe su pena.
Recuerda que nació en North Carolina, que llegó a Brooklyn hace muchos años y de allí, junto a su esposo, Keeth Howell, estableció su residencia en un rincón de Willets Point.
Julia no sabe adónde regresará, para dónde se irá, qué será de su vida cuando tenga que abandonar ese perímetro que ha sido, probablemente, la guarida más prolongada de su vida, en medio de una pobreza que despierta lástima.
No la espera nadie al final de cada jornada. No recuerda cómo y por qué llegó a Willets Point, no sabe qué comerá cada mañana, porque dependerá de algún piadoso que le regalará un dólar. Julia Howell no vota, no recibe ayuda del gobierno y ni siquiera sabe dónde están sus documentos.
“Julia es un personaje en el barrio’’, dice Arturo Olaya, la cabeza visible de los trabajadores del sector. “Vive en la calle y creo que se va con nosotros para donde la ciudad nos diga”.
Pero Julia tiene otros planes, piensa que se trasladará a vivir nuevamente a las calles de Brooklyn, adonde llegó un día buscando mejores horizontes en el mundo de la miseria que arrastra con sus zapatos sucios, su ropa harapienta y ese sombrero negro, que hace juego con su piel áspera y oscura.
Mrs Howell posee una mirada profunda, penetrante, tan profunda que la tristeza salta de sus ojos enrojecidos y se mezcla con la impotencia de no tener absolutamente nada en su vida, ni siquiera ánimos para conversar, o una lágrima para descargar su infinita soledad.