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El último hombre


Pedro Arturo Estrada

El último hombre

El silencio que precede a la catástrofe lo despertó. Sabía que no quedaba otro ser humano en el mundo y además, que era ese el día señalado. El día terrible de la destrucción. Por semanas, en naves gigantescas la población del planeta huyó en masa no sabía bien adónde. Pero él había podido ocultarse y, por fin, podía sacar la cabeza al aire, dejar que el sol le bañara tibiamente el cuerpo mientras aguardaba el final. Prefería morir así, solitario y único en el planeta que siempre amó. Pero el día pasó tranquilo y muchos otros más. El silencio de la humanidad desaparecida fue repoblado por el canto de los pájaros y el grito de innumerables criaturas dueñas otra vez de la vasta y maravillosa extensión terrestre. Vivió sus últimos años vagabundeando, cantando a veces por calles tejidas de verde hiedra y pastos, como en un sueño.

La humanidad había sido ese sueño.

La sonrisa del diablo

Me había quedado solo en casa aquella noche de fin de año. El cambio de fechas me resultaba indiferente desde que mi mujer me abandonara pocos días antes. Sólo quería pasarlo en compañía de un buen vino tinto y un libro. En el balcón contemplaba las luces que a trechos rasgaban la oscuridad de mi piso. El libro escogido era Baudelaire y, justamente comenzaba a leer sus Letanías a Satán, cuando se alzó el rumor de la gente saludando el año nuevo. Sentí escalofrío y tuve el pálpito de que algo muy doloroso estaba ocurriendo en ese mismo instante en otro sitio. De pronto un golpe seco en la sala me hizo ir a revisar. Fue entonces cuando en la semipenumbra, de repente, alcancé a  ver la cara de un desconocido que sonreía al fondo del espejo. Quedé estático, pero el teléfono me sacudió. Era la voz trémula de mi hermana:—¡Acaban de matar a tu mujer!

Ella está otra vez aquí, mamá

¿No puedes oirme, mamá? Mi amiga está aquí otra vez, junto a mi cama, descalza y flotando en el aire. Me gusta su pijama blanca y sus cabellos largos, muy negros. Me invita a salir, mamá. Me dice que vamos a jugar ahora mismo, aunque sea de noche. Bueno, quiero ir con ella, es mi amiga. Y no queremos despertarte. Ahora me toma de la mano y me dejo llevar. La puerta de la casa está abierta. No te preocupes, mamá. Volveré. Ella corre o mejor, está volando, con dirección al mar, al acantilado, aunque me tienes prohibido acercarme allá. El viento es fuerte, hace mucho frío y el mar se ve oscuro y muy abajo, azotando las rocas. Mamá, ahora mi amiga está parada en el aire, sonriendo y sus cabellos se mueven como serpentinas. Me toma de la mano otra vez, quiere que la siga.

También la luz

En la oscuridad el miedo le parecía insoportable. Sabía que en ella habitaba el mal. Entonces se decidió a encender la luz. Fue ahí cuando pude degollarlo, sin riesgo de fallar.

Nadie sabe para quien trabaja

Cuando Ulises pudo al fin escapar de sus brazos, Circe se convirtió en mar, en tromba, aire salado y viento de amor constante, hinchando sus velas, haciendo gemir su palo mayor durante incontables días de soledad e insoportables noches de deseo. Tiempo después, Penélope fue la más beneficiada con el hechizo.

Otra historia de hotel

Aquel cuarto de hotel barato fue todo lo que encontré esa noche. Hacia la una o dos, tal vez, me desperté extrañamente frío, sudoroso. Fue  cuando la vi, con el bebé en brazos, junto a mi cabecera. La espesa cabellera le cubría el rostro, pero pude advertir que lloraba a su niño muerto, porque alcancé a verlo con la claridad que el terror nos concede en momentos extremos. De pronto se levantó llorando aún, y agitando grotescamente el pequeño cadáver sobre mi cara. El llanto se convirtió en aullido y en segundos, sentí que descargaba con furia sobre mi pecho a la criatura que entonces, tomó la forma de un felino feroz cuyas garras comenzaron a abrir terribles zanjas en mi cuerpo. Demasiado tarde, alcancé a darme cuenta: en hoteles de mala muerte, definitivamente, no se puede dormir.

Especies 

En el planeta de las sillas no existían las mesas. Evidentemente el dios carpintero había pasado por alto ese detalle fundamental, desconociendo la urgente necesidad de las mesas en ese mundo. Millones de planetas separados por infinitas distancias padecían el mismo problema. Cada uno de ellos estaba poblado por objetos únicos e inútiles en sí mismos. Fue así como las sillas en búsqueda del mundo de las mesas emprendieron diversidad de viajes interespaciales, y las mesas hicieron también lo propio. Cuando alguna silla arribaba a algún planeta habitado se encontraba allí sólo con tableros de madera o puertas sin pintar. Y si una mesa llegaba a otro, se hallaba totalmente perdida y sola entre ventanas sin sol y lo peor, sin paisaje.

Pedro Arturo Estrada
Pedro Arturo Estrada

Pedro Arturo Estrada– Colombia, 1956. Ha publicado allí los libros: Poemas en blanco y negro, Fatum, Oscura edad, Suma del tiempo, Des/historias, Poemas de Otra/parte y Locus Solus. Ganó recientemente, entre otros, el premio nacional Casa Silva en Bogotá.

Serie – Relatos de fin de año

1- Hasta la libertad cuesta dinero – Renandarío Arango – Lea relato

2- Un pedazo del sueño Americano – Gabriel Panagousoulis – Lea relato

3- Una visita al Tostadero – Blanca Irene Arbelaez – Lea relato

4- “Los niños son un estorbo” – Karla Florez Albor – Lea relato

5- Nueva York: una locura atrevida – Guillermo Lozano-Sharah – Lea relato

6 –El Barco es de papel – Carlos Ortega Jr –Lea relato

7 – La muerte de Huidobro – Gabriel Jaime Caro (Gajaka) – Lea relato

8 – A las diez en Jamaica – Álex Augusto Cabrera – Lea relato

9- Al-Kabir – Francisco Álvarez-Koki – Lea relato

10- V de venganza – Miguel Falquez Certain – Lea relato

11- “Que viva la yuca” – Adriana Ferrer Guzmán – Lea relato

12- Némesis en Harlem – María Palitachi – Lea relato

13- De visita en el Imperio – Gilberto Gómez F. Lea relato

14- El último hombre – Pero Arturo Estrada – Lea relato

 

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Editor

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